
A los 75 años, Matsuko pierde su trabajo y abre un servicio de “arreglos” para ayudar a quien lo necesite. Con carácter atrevido y un corazón enorme, mete la pata, se ríe de sí misma y resuelve problemas del barrio; en el camino, aprende a enfrentar la soledad y a encontrar un nuevo sentido a la vida.